Llevo un rato buceando en Internet en busca de alguna información sobre una persona que se hace llamar Jacobo G. García y de la cual no tengo ninguna referencia. He desistido al comprobar que todas las entradas de Google conducían al mismo lugar. Un artículo titulado Periodistas, ¿o niños de papá? publicado ayer en El Mundo. Me lo temía.
Con el pretexto de informar sobre la decisión del ejército estadounidense de expulsar a los informadores del aeropuerto de Puerto Príncipe, este hombre arremete indiscriminadamente contra el comportamiento de los enviados especiales a Haití . Les acusa públicamente de delitos tan graves como llevar una maleta de ruedas, trabajar para una revista que informa sobre maquillajes y joyas o fumar. Todo, por supuesto, sin dar un solo nombre.
Podría escribir y no parar sobre el paupérrimo nivel de la retórica que gasta el compañero García, pero ése es un detalle sin importancia. Algo que, en todo caso, sólo atañe a él y al periódico que le paga. El contenido de su artículo, en cambio, afecta y mucho a quienes intentamos ganarnos la vida con el periodismo. El modo en el que los medios de comunicación están tratando el desastre de Haití deja muchísimos interrogantes abiertos, es cierto. Peronsalmente, me da bastante pudor comprobar cómo algunos periódicos han visto el cielo abierto con esta tragedia. Aunque sentí mucha más vergüenza leyendo el diario en el que trabaja García durante los días posteriores al accidente del vuelo de Spanair de hace año y medio. Algo que, por lo visto, no mereció línea alguna de la justiciera pluma de Jacobo. Como tampoco ha denunciado nunca el uso mafioso que tantos directores hacen de la información que manejan. O la multitud de intereses políticos y económicos que hay detrás de cada línea que se publica en la prensa española.
En mi opinión, la actualidad pedía un buen reportaje sobre cómo han estado trabajando los informadores en Haití. Un relato documentado, con voces de uno y otro lado, que permitiera al lector sacar su propia conclusión sobre si la expulsión era o no pertinente, cosa que personalmente no pongo en duda. Las miles de personas compraron El Mundo se encontraron con el patético soliloquio de un tipo que se cree mejor que los demás porque tiene un macuto y una cantimplora. Seguramente Jacobo piense que hay personas que no son dignas de desempeñar esta profesión. Y tiene razón. Pero el más indigno de todos es él.
Y ésta, según dicen algunos iluminados por ahí, es la autocrítica de la prensa. Pues apaga y vámonos.
domingo, 24 de enero de 2010
viernes, 22 de enero de 2010
TDT killed the radio star
Allá por el mes de septiembre mi jefe vino a decirme que a su jefe le llamaba la atención lo mal que estaban esta temporada los campos de fútbol en España, y que había que hacer un reportaje al respecto. ¿Es que no ha oído hablar del cambio climático?, pensé. Me callé, faltaría más, y me puse en contacto con el Colegio de Ingenieros Agrónomos. Un hombre muy amable me contestó que, efectivamente, el calentamiento global estaba afectando al césped de algunos estadios, pero que él sospechaba que los jardineros de los clubes estaban siendo las primeras víctimas de los efectos de la crisis económica en el fútbol. Y el césped, por tanto, un daño colateral. Unas llamadas más tarde descubrí que, efectivamente, algunos clubes habían decidido posponer la replantación de sus campos para cuando la coyuntura económica fuera menos desfavorable. "No se dan cuenta de que por un césped en mal estado se les pueden lesionar los jugadores a los que pagan un dineral", repetía indignado el íngeniero. Una gilipollez como un templo o una gran historia, según se mire. En todo caso, dos páginas de periódico.
Desde entonces, cada vez que veía un partido buscaba obsesivamente cosas que me llamaran la atención. Lo convertí en una cuestión personal. Si dentro de mi habitaba eso que llaman instinto periodístico, y del que el jefe de mi jefe acababa de dar una prueba tan palpable, tenía que ser capaz de sacar algo que pudiera dar pie a una noticia. Quizá arrastre algún trauma de mis años de estudiante, pero vivo haciendo exámenes que me pongo a mi mismo. Casi siempre me apruebo, pero esta vez penqué. Hace tiempo que del fútbol lo único que me llama la atención es la cantidad de gente que lo consume. Y eso, por suerte o por desgracia, no es noticia.
Hace unos días el jefe de mi jefe volvió a hablarme. En boca de mi jefe, por supuesto. "Hay que hacer un reportaje sobre el tema del desfase que llevan las televisiones digitales con respecto a las emisoras de radio. "¿Pero es que este señor es el único que no sabe que el sonido viaja más rápido que la imagen?", pensé mientras decía "vale, mañana me pongo". Hoy, una ingeniera muy simpática me ha dicho que tiene serias sospechas de que las televisiones retrasan su señal a propósito para que que la gente escuche su retransmisión y apague la radio. No le tengo precisamente aprecio a las estrellas de la radio deportiva, a las que creo que pagan por hacer en un estudio lo mismo que hace gran parte de España en los bares sin cobrar un céntimo, pero me parece francamente mezquino. No sé si conseguiré que alguien me lo confirme, pero ya veo el titular: "TDT killed the radio star". Si lo del césped fueron dos páginas, por esto pido un aumento de sueldo.
¿Que por qué cuento esto? Pues porque estos dos episodios demuestran: a) que eso que llaman instinto periodístico existe, y b) que yo no lo tengo. Y eso, supongo, en este mundo, es casi como ser un león sin colmillos. Una cobra sin veneno. O un guepardo paralítico. En definitiva, una presa fácil. Me esforzaría por pensar como creo que lo haría el jefe de mi jefe, pero me temo que resultaría inútil. Mejor cogeré las Páginas Amarillas. Por la i de ingenieros.
Desde entonces, cada vez que veía un partido buscaba obsesivamente cosas que me llamaran la atención. Lo convertí en una cuestión personal. Si dentro de mi habitaba eso que llaman instinto periodístico, y del que el jefe de mi jefe acababa de dar una prueba tan palpable, tenía que ser capaz de sacar algo que pudiera dar pie a una noticia. Quizá arrastre algún trauma de mis años de estudiante, pero vivo haciendo exámenes que me pongo a mi mismo. Casi siempre me apruebo, pero esta vez penqué. Hace tiempo que del fútbol lo único que me llama la atención es la cantidad de gente que lo consume. Y eso, por suerte o por desgracia, no es noticia.
Hace unos días el jefe de mi jefe volvió a hablarme. En boca de mi jefe, por supuesto. "Hay que hacer un reportaje sobre el tema del desfase que llevan las televisiones digitales con respecto a las emisoras de radio. "¿Pero es que este señor es el único que no sabe que el sonido viaja más rápido que la imagen?", pensé mientras decía "vale, mañana me pongo". Hoy, una ingeniera muy simpática me ha dicho que tiene serias sospechas de que las televisiones retrasan su señal a propósito para que que la gente escuche su retransmisión y apague la radio. No le tengo precisamente aprecio a las estrellas de la radio deportiva, a las que creo que pagan por hacer en un estudio lo mismo que hace gran parte de España en los bares sin cobrar un céntimo, pero me parece francamente mezquino. No sé si conseguiré que alguien me lo confirme, pero ya veo el titular: "TDT killed the radio star". Si lo del césped fueron dos páginas, por esto pido un aumento de sueldo.
¿Que por qué cuento esto? Pues porque estos dos episodios demuestran: a) que eso que llaman instinto periodístico existe, y b) que yo no lo tengo. Y eso, supongo, en este mundo, es casi como ser un león sin colmillos. Una cobra sin veneno. O un guepardo paralítico. En definitiva, una presa fácil. Me esforzaría por pensar como creo que lo haría el jefe de mi jefe, pero me temo que resultaría inútil. Mejor cogeré las Páginas Amarillas. Por la i de ingenieros.
domingo, 17 de enero de 2010
Ocasiones especiales
En mi último viaje a Estados Unidos me llamó la atención ver que todos los supermercados (lugares imprescindibles si uno quiere conocer de verdad el país que visita) tenían estanterías enormes dedicadas a las tarjetas regalo. Las había de Apple, de McDonalds, de iTunes, de Safeway, de Amazon... Me vino a la cabeza la patética imagen que ofrecerían los árboles de Navidad si a los Reyes Magos les diera un año por regalar esas tarjetas. Y llegue a la conclusión de que se trataba de una ocurrencia bastante absurda.
Sin embargo, el jueves leí en el resumen semanal del New York Times que publica El País que estas tarjetas son un gran negocio. Al parecer, la mayoría no se llegan a canjear nunca. Se meten en un cajón a la espera de una ocasión especial en la que echar mano de ellas, y en ese mismo cajón terminan caducando. El ejemplo de las tarjetas venía a cuento de un estudio que aseguraba que las personas tendemos a posponer ciertos placeres confiando en que el futuro nos brindará un momento perfecto para disfrutarlos. Me acordé entonces de una botella de Vega Sicilia que tienen mis padres en casa. Se la regaló el entonces novio de una prima mía que vivió con ellos mientras estudiaba la carrera. "La abriremos el día que seas abogado del Estado", le dijo mi padre. Hoy mi prima espera un hijo de otro tío, el ex novio dejó las oposiciones y volvió al pueblo para trabajar en el bufete de su padre... y el Vega Sicilia duerme en la despensa de mis padres convertido en vinagre.
Ante la posibilidad de que esas ocasiones especiales no lleguen nunca, el periodista del Times invita al lector a revertir la situación. Es decir, darse un capricho capaz de constituir en sí mismo una ocasión especial. Mmmmm, pensé. En los próximos meses voy a cambiar de coche... pero no tengo dinero para comprarme el único modelo que me haría ilusión conducir. Y sospecho que, aunque lo tuviera, sería incapaz de gastármelo en un coche. También tengo que cambiar de portátil. Me he dejado convencer para hacerme con un Mac, pero no logro quitarme de la cabeza la idea de que debería comprarme un Dell como el que tengo y donar la diferencia (más de 600 euros) a las víctimas del terremoto de Haití. Conclusión: la felicidad no se vende... Y las ocasiones especiales tampoco.
Afortunadamente tengo planeada una escapada sorpresa para celebrar el cumpleaños de N en marzo. Bien pensado, creo que dejaré lo del coche y lo del ordenador para después. Quizá me venga bien para combatir el síndrome postvacacional. Si es que me queda dinero para entonces, claro. Por si acaso, debería ir metiéndolo en un cajón.
Sin embargo, el jueves leí en el resumen semanal del New York Times que publica El País que estas tarjetas son un gran negocio. Al parecer, la mayoría no se llegan a canjear nunca. Se meten en un cajón a la espera de una ocasión especial en la que echar mano de ellas, y en ese mismo cajón terminan caducando. El ejemplo de las tarjetas venía a cuento de un estudio que aseguraba que las personas tendemos a posponer ciertos placeres confiando en que el futuro nos brindará un momento perfecto para disfrutarlos. Me acordé entonces de una botella de Vega Sicilia que tienen mis padres en casa. Se la regaló el entonces novio de una prima mía que vivió con ellos mientras estudiaba la carrera. "La abriremos el día que seas abogado del Estado", le dijo mi padre. Hoy mi prima espera un hijo de otro tío, el ex novio dejó las oposiciones y volvió al pueblo para trabajar en el bufete de su padre... y el Vega Sicilia duerme en la despensa de mis padres convertido en vinagre.
Ante la posibilidad de que esas ocasiones especiales no lleguen nunca, el periodista del Times invita al lector a revertir la situación. Es decir, darse un capricho capaz de constituir en sí mismo una ocasión especial. Mmmmm, pensé. En los próximos meses voy a cambiar de coche... pero no tengo dinero para comprarme el único modelo que me haría ilusión conducir. Y sospecho que, aunque lo tuviera, sería incapaz de gastármelo en un coche. También tengo que cambiar de portátil. Me he dejado convencer para hacerme con un Mac, pero no logro quitarme de la cabeza la idea de que debería comprarme un Dell como el que tengo y donar la diferencia (más de 600 euros) a las víctimas del terremoto de Haití. Conclusión: la felicidad no se vende... Y las ocasiones especiales tampoco.
Afortunadamente tengo planeada una escapada sorpresa para celebrar el cumpleaños de N en marzo. Bien pensado, creo que dejaré lo del coche y lo del ordenador para después. Quizá me venga bien para combatir el síndrome postvacacional. Si es que me queda dinero para entonces, claro. Por si acaso, debería ir metiéndolo en un cajón.
lunes, 11 de enero de 2010
Tasca Chil
Cuando estas acostumbrado a trabajar casi todos los fines de semana del año, encontrarte, de pronto, con un sábado entero seguido de un domingo entero acaba convirtiéndose en algo enteramente estresante. Este último, por ejemplo, me ha dado tiempo a pintar una habitación de un color, arrepentirme y pintarla de nuevo; a cambiar la chaqueta que los Reyes me trajeron repetida, a cambiar los guantes que N me compró en marrón aunque en realidad le parecían más bonitos en color camel (es una extraña costumbre que me ha terminado contagiando: creo que el secreto es que uno se queda con la sensación de haber regalado dos veces), a poner a Dios por testigo de que no volveré al Peggy Sue y a descubrir que Chil también rima con... ¿Tasca? Vamos por partes.
Lo de pintar confirma que la tecnología es una tomadura de pelo. ¿De qué me sirve poder teñir el Pacífico de amarillo con Photoshop si cuando quiero cambiar el color de las paredes de mi casa tengo que hacerlo igual que en la Edad Media? Alguien dirá que el capitalismo ha creado a gente dispuesta a pintar hogares ajenos por un precio más que razonable. Pero N cree que pagar a alguien por hacer algo que ella misma puede hacer la convierte en peor persona. A ver qué dice mañana la asistenta, cuyo hermano pintor lleva meses en el paro.
Lo de El Ganso confirma que Madrid es un pueblo. Eso sí, me quito el sombrero. Han conseguido que unas zapatillas tan incómodas como caminar descalzo entre cristales arrasen por igual en el Vips de Ortega y Gasset y en Costa Polvoranca. Hace unos meses coincidí con un grupo de chavales. Estaban de pie delante del expositor con los ojos como platos. "¿Estás seguro que son éstas, tronco?" Le preguntaban dos de ellos al chico que les había hecho recorrerse medio Metro Sur para llegar a Fuencarral: "Pero si no molan nada, chaval...". "Ya, tronco, pero son éstas las que le molan a la Vane". Por supuesto que las zapatillas no eran para 'la Vane'.
Aunque, para mí, el gran mérito de El Ganso ha sido instalarse en los hogares de esas familias que acuden a las manifestaciones en favor de la familia. L@s hij@s se compran las zapatillas porque las llevan todos sus amig@s. Sus madres se las compran porque las encuentran monísimas y porque todavía no las lleva ninguna de sus amigas. Así que se ven modernísimas con unas zapatillas que encima son baratísimas. Días después vuelven con su marido para que se pruebe una de esas chaquetas monísimas. Un gran negocio. Si Abercrombie se forra vendiendo sudaderas de chándal, me parece fabuloso que estos tipos se hagan de oro.
Lo del Peggy Sue tampoco me parece mal. Cada vez que veo en alguna revista una sesión de fotos llevada a cabo en uno de sus locales me alegro. Al fin y al cabo con la decoración se han esmerado. Pero lo de las hamburguesas no cuela. Al menos no en el de Amaniel con San Vicente Ferrer.
Pero la experiencia del del fin de semana la viví en un sitio llamado Olé Lola, un lugar del que 48 horas después no termino de tener una opinión formada. Dejo el enlace porque creo que un vistazo a la web vale más que mil palabras. Y porque me había puesto un límite de cinco párrafos y ya me he pasado. Las críticas hablan de reinventar el concepto de taberna tradicional. Yo creo que la calle San Mateo no es un buen lugar para reinventar.
Lo de pintar confirma que la tecnología es una tomadura de pelo. ¿De qué me sirve poder teñir el Pacífico de amarillo con Photoshop si cuando quiero cambiar el color de las paredes de mi casa tengo que hacerlo igual que en la Edad Media? Alguien dirá que el capitalismo ha creado a gente dispuesta a pintar hogares ajenos por un precio más que razonable. Pero N cree que pagar a alguien por hacer algo que ella misma puede hacer la convierte en peor persona. A ver qué dice mañana la asistenta, cuyo hermano pintor lleva meses en el paro.
Lo de El Ganso confirma que Madrid es un pueblo. Eso sí, me quito el sombrero. Han conseguido que unas zapatillas tan incómodas como caminar descalzo entre cristales arrasen por igual en el Vips de Ortega y Gasset y en Costa Polvoranca. Hace unos meses coincidí con un grupo de chavales. Estaban de pie delante del expositor con los ojos como platos. "¿Estás seguro que son éstas, tronco?" Le preguntaban dos de ellos al chico que les había hecho recorrerse medio Metro Sur para llegar a Fuencarral: "Pero si no molan nada, chaval...". "Ya, tronco, pero son éstas las que le molan a la Vane". Por supuesto que las zapatillas no eran para 'la Vane'.
Aunque, para mí, el gran mérito de El Ganso ha sido instalarse en los hogares de esas familias que acuden a las manifestaciones en favor de la familia. L@s hij@s se compran las zapatillas porque las llevan todos sus amig@s. Sus madres se las compran porque las encuentran monísimas y porque todavía no las lleva ninguna de sus amigas. Así que se ven modernísimas con unas zapatillas que encima son baratísimas. Días después vuelven con su marido para que se pruebe una de esas chaquetas monísimas. Un gran negocio. Si Abercrombie se forra vendiendo sudaderas de chándal, me parece fabuloso que estos tipos se hagan de oro.
Lo del Peggy Sue tampoco me parece mal. Cada vez que veo en alguna revista una sesión de fotos llevada a cabo en uno de sus locales me alegro. Al fin y al cabo con la decoración se han esmerado. Pero lo de las hamburguesas no cuela. Al menos no en el de Amaniel con San Vicente Ferrer.
Pero la experiencia del del fin de semana la viví en un sitio llamado Olé Lola, un lugar del que 48 horas después no termino de tener una opinión formada. Dejo el enlace porque creo que un vistazo a la web vale más que mil palabras. Y porque me había puesto un límite de cinco párrafos y ya me he pasado. Las críticas hablan de reinventar el concepto de taberna tradicional. Yo creo que la calle San Mateo no es un buen lugar para reinventar.
viernes, 8 de enero de 2010
Siguiente blog»
Hace ya tres semanas que empecé este blog. Eso significa que he superado mi primera incursión en la blogosfera, que se cerró con un único post, y francamente lamentable, por otra parte. Bien por mí. Tener un blog siempre ha sido, en el fondo, mi gran objetivo en la vida. Cada vez que soñaba con ese acontecimiento que daría un giro radical a mi existencia y convertiría cada uno de mis días en una aventura apasionante, me decía: entonces escribiré un blog... Hasta que me di cuenta que, de todo ese sueño, lo único que realmente estaba en mi mano era lo del blog. Así que, mientras espero que mis jefes se decidan a crear una corresponsalía en Londres para mí, aquí estoy.
Sin embargo, durante estas tres semanas me he llevado ya un par de desencantos. El primero empezó con esa llamada de M. "Has expuesto mi intimidad en la red", me dijo. Ésa no fue, en realidad, la decepción. La decepción fue darme cuenta de que tenía razón. Frivolicé con una historia íntima porque me servía de pretexto para decir que la fauna que habita los restaurantes Lateral me parece digna de un documental de la BBC. La próxima vez, cuando quiera hablar de algo lo haré directamente. O al menos lo intentaré.
La segunda, y verdaderamente preocupante, empezó cuando me dio por pinchar en la pestaña 'siguiente blog»': Always wanted four, now living the dream, o lo que es lo mismo, un sucesión de estampas familiares que pondrían colorado al mismísimo Rafa García de Cosío; The Berger Bunch (juego de palabras de dudosa ocurrencia que pretende evocar a la mítica serie de televisión The Brady bunch), o la apasionante vida del pequeño Ethan y sus tres hermanos trillizos, y más fotos de criaturas indefensas; Sandwich baby, vida y obra del pequeño Ben, que acaba de cumplir dos años... y venga fotos de niños. Insisto en lo de las fotos porque en el periódico en el que trabajo, cuando entra por agencia una imagen de un pequeño indonesio, el editor gráfico no me deja publicarla si no voy a Yakarta a que los padres de la criatura me firmen una autorización, viaje que, por supuesto, corre de mi cuenta.
Casualmente, todos estaban escritos desde Estados Unidos. No quisiera volver a pecar de frívolo, pero estaría bien que la próxima vez que un chico se líe a tiros en un instituto alguien averigue si por casualidad existe una web repleta de fotos de una indefensa criatura a la que las circunstancias conviertieron en un psicópata. Allá ellos. A mí lo que me preocupa es otra cosa. De pequeño me enganché a Caballeros del Zodíaco en los últimos capítulos de la última reposición (y mira que la echaron veces). Un tiempo después descubrí a Héroes del Silencio (sí, todos tenemos un pasado, ¿qué pasa?) meses antes de que anunciaran su separación. Y para cuando cumplí mi sueño de entrar a trabajar en un periódico, éste se había convertido ya en casi una pieza de museo. ¿Habré llegado también tarde a la blogosfera? ¿Estaremos ante el ocaso de los blogs? Con ejemplares como éste que perpetro, no me cabe duda. En todo caso, estaría bien que Blogger introdujera la pestaña 'anterior blog»', sólo para contrastar.
Ayer fui a trabajar en metro porque me ha vencido la ITV del coche. El metro el día después de Reyes esotro lugar. Zapatos relucientes, abrigos sin agujeros, bufandas a las que se le distinguen los colores... Me gusta ver a la gente estrenar cosas. Yo, en cambio, prefiero esperar. Como siempre voy hecho un cuadro, canta demasiado que estreno Reyes y me da vergüenza. Por la noche he tenido que coger un taxi. Era una mujer de cuarenta y pocos. He preferido pasar por alto el famoso incentivo, que volvieron a cobrarme el Día de Reyes, y me he interesado por su vida. Trabaja de seis de la tarde a seis de la madrugada. "Y cuando llegas a casa, ¿cenas o desayunas?", le he preguntado. "Cuando llego a casa me tomo una cerveza bien fría. Y si es pronto, dos". Seguro que, en realidad, son tres y un Gin Tonic. Vivan las taxistas.
P.D: Mi madre y N me han regalado la misma chaqueta de El Ganso. Creo que, con 31 años, ya va siendo hora de que deje de escribir tantas cartas a los Reyes.
Sin embargo, durante estas tres semanas me he llevado ya un par de desencantos. El primero empezó con esa llamada de M. "Has expuesto mi intimidad en la red", me dijo. Ésa no fue, en realidad, la decepción. La decepción fue darme cuenta de que tenía razón. Frivolicé con una historia íntima porque me servía de pretexto para decir que la fauna que habita los restaurantes Lateral me parece digna de un documental de la BBC. La próxima vez, cuando quiera hablar de algo lo haré directamente. O al menos lo intentaré.
La segunda, y verdaderamente preocupante, empezó cuando me dio por pinchar en la pestaña 'siguiente blog»': Always wanted four, now living the dream, o lo que es lo mismo, un sucesión de estampas familiares que pondrían colorado al mismísimo Rafa García de Cosío; The Berger Bunch (juego de palabras de dudosa ocurrencia que pretende evocar a la mítica serie de televisión The Brady bunch), o la apasionante vida del pequeño Ethan y sus tres hermanos trillizos, y más fotos de criaturas indefensas; Sandwich baby, vida y obra del pequeño Ben, que acaba de cumplir dos años... y venga fotos de niños. Insisto en lo de las fotos porque en el periódico en el que trabajo, cuando entra por agencia una imagen de un pequeño indonesio, el editor gráfico no me deja publicarla si no voy a Yakarta a que los padres de la criatura me firmen una autorización, viaje que, por supuesto, corre de mi cuenta.
Casualmente, todos estaban escritos desde Estados Unidos. No quisiera volver a pecar de frívolo, pero estaría bien que la próxima vez que un chico se líe a tiros en un instituto alguien averigue si por casualidad existe una web repleta de fotos de una indefensa criatura a la que las circunstancias conviertieron en un psicópata. Allá ellos. A mí lo que me preocupa es otra cosa. De pequeño me enganché a Caballeros del Zodíaco en los últimos capítulos de la última reposición (y mira que la echaron veces). Un tiempo después descubrí a Héroes del Silencio (sí, todos tenemos un pasado, ¿qué pasa?) meses antes de que anunciaran su separación. Y para cuando cumplí mi sueño de entrar a trabajar en un periódico, éste se había convertido ya en casi una pieza de museo. ¿Habré llegado también tarde a la blogosfera? ¿Estaremos ante el ocaso de los blogs? Con ejemplares como éste que perpetro, no me cabe duda. En todo caso, estaría bien que Blogger introdujera la pestaña 'anterior blog»', sólo para contrastar.
Ayer fui a trabajar en metro porque me ha vencido la ITV del coche. El metro el día después de Reyes esotro lugar. Zapatos relucientes, abrigos sin agujeros, bufandas a las que se le distinguen los colores... Me gusta ver a la gente estrenar cosas. Yo, en cambio, prefiero esperar. Como siempre voy hecho un cuadro, canta demasiado que estreno Reyes y me da vergüenza. Por la noche he tenido que coger un taxi. Era una mujer de cuarenta y pocos. He preferido pasar por alto el famoso incentivo, que volvieron a cobrarme el Día de Reyes, y me he interesado por su vida. Trabaja de seis de la tarde a seis de la madrugada. "Y cuando llegas a casa, ¿cenas o desayunas?", le he preguntado. "Cuando llego a casa me tomo una cerveza bien fría. Y si es pronto, dos". Seguro que, en realidad, son tres y un Gin Tonic. Vivan las taxistas.
P.D: Mi madre y N me han regalado la misma chaqueta de El Ganso. Creo que, con 31 años, ya va siendo hora de que deje de escribir tantas cartas a los Reyes.
domingo, 3 de enero de 2010
Pesadillas el día de Año Nuevo
Trabajar en un periódico un día como el de Año Nuevo no suele entrañar demasiadas complicaciones. Se llega a la redacción a eso de las cinco de la tarde y, entre espidifenes y botellines de agua, se complementan los clásicos reportajes y entrevistas de nevera (suelen ser los mismos personajes en todos los medios) con las cuatro o cinco noticias que haya dejado la jornada. No es difícil hacer un periódico para un lector que lleva 24 horas tirado en el sofá tragándose las repeticiones de las galas de Nochevieja y sin conectarse ni a Facebook.
Pero, llamadme cenizo, en días así cada vez que parpadeo me sobreviene una pesadilla aterradora: ¿Y si le da por morirse a...? Todos nos podemos ir al otro barrio en un momento, pero la estadística dice que los mayores de 80 años que han sufrido algún achaque en los últimos tiempos tienen más papeletas que el resto. No sé qué muerte hará temblar a mi equivalente en la sección de Nacional, si es que lo hay. A mí, que no se ofenda nadie, me suelen venir a la cabeza Di Stéfano y Samaranch.
El primer día de 2010 no fue precisamente feliz para el deporte. Un suicida se inmoló llevándose con él a 75 personas durante un partido de voleibol en Pakistán, un alúd mató a tres esquiadores en Los Alpes y apareció muerto en su casa Sergio Messen, que seguramente en Chile haya sido objeto de grandes especiales pero en la Madre Patria es poco más de un breve en las noticias de fútbol internacional. Vamos, que el día más crítico del año acabó con Don Alfredo y el Papa del Deporte (qué pena que las nuevas generaciones estén creciendo sin José María García) vivos y coleando. Que sea por muchos años. Y el día que ocurra lo inevitable, si yo siguiera aún por aquí, que me pille librando.
Como era de esperar, la Nochevieja de 2009 no pasará a integrar esa lista de las 100 mejores noches de la que hablaba en la última entrada. Durante la cena, discutí con mi padre por una tontería. Por la noche, me enfadé por N por algún extraño motivo que el ron ha borrado de mi memoria, como ha hecho, por cierto, con casi todo lo que ocurrió a partir de las 4 de la mañana, y acabé yéndome a casa solo. ¿Qué hago, ahora que se lleva tanto lo de los buenos propósitos: dejo de ir a cenas familiares, dejo de enfadarme, dejo de salir? Lo más práctico sería madurar, pero mi nuevo compi me ha hablado muy bien de un gimnasio que hay al lado del periódico.
P.D: De lo poco que recuerdo de la noche del jueves es que un taxi entre las calles Fuencarral y Zurbano me costó casi 12 euros. La explicación: un recargo de 6,75 por ser Nochevieja. "Sin este tipo de incentivos no saldría a trabajar nadie esta noche", me dijo un tipo que seguramente hace unos días estaba colapsando Madrid porque una nueva Ley amenazaba con llevarle a la ruina. Y yo me pregunto: ¿eso no es como si los chiringuitos de la playa exigieran un incentivo para abrir en agosto? No lo entiendo.
Pero, llamadme cenizo, en días así cada vez que parpadeo me sobreviene una pesadilla aterradora: ¿Y si le da por morirse a...? Todos nos podemos ir al otro barrio en un momento, pero la estadística dice que los mayores de 80 años que han sufrido algún achaque en los últimos tiempos tienen más papeletas que el resto. No sé qué muerte hará temblar a mi equivalente en la sección de Nacional, si es que lo hay. A mí, que no se ofenda nadie, me suelen venir a la cabeza Di Stéfano y Samaranch.
El primer día de 2010 no fue precisamente feliz para el deporte. Un suicida se inmoló llevándose con él a 75 personas durante un partido de voleibol en Pakistán, un alúd mató a tres esquiadores en Los Alpes y apareció muerto en su casa Sergio Messen, que seguramente en Chile haya sido objeto de grandes especiales pero en la Madre Patria es poco más de un breve en las noticias de fútbol internacional. Vamos, que el día más crítico del año acabó con Don Alfredo y el Papa del Deporte (qué pena que las nuevas generaciones estén creciendo sin José María García) vivos y coleando. Que sea por muchos años. Y el día que ocurra lo inevitable, si yo siguiera aún por aquí, que me pille librando.
Como era de esperar, la Nochevieja de 2009 no pasará a integrar esa lista de las 100 mejores noches de la que hablaba en la última entrada. Durante la cena, discutí con mi padre por una tontería. Por la noche, me enfadé por N por algún extraño motivo que el ron ha borrado de mi memoria, como ha hecho, por cierto, con casi todo lo que ocurrió a partir de las 4 de la mañana, y acabé yéndome a casa solo. ¿Qué hago, ahora que se lleva tanto lo de los buenos propósitos: dejo de ir a cenas familiares, dejo de enfadarme, dejo de salir? Lo más práctico sería madurar, pero mi nuevo compi me ha hablado muy bien de un gimnasio que hay al lado del periódico.
P.D: De lo poco que recuerdo de la noche del jueves es que un taxi entre las calles Fuencarral y Zurbano me costó casi 12 euros. La explicación: un recargo de 6,75 por ser Nochevieja. "Sin este tipo de incentivos no saldría a trabajar nadie esta noche", me dijo un tipo que seguramente hace unos días estaba colapsando Madrid porque una nueva Ley amenazaba con llevarle a la ruina. Y yo me pregunto: ¿eso no es como si los chiringuitos de la playa exigieran un incentivo para abrir en agosto? No lo entiendo.
jueves, 31 de diciembre de 2009
Nochevieja
La primera vez que salí en Nochevieja tenía catorce años. Fui con dos amigos a una fiesta que daba una chica de mi clase en casa de su abuelo. Antes de aquella noche, apenas había hablado un par de veces en mi vida con la anfitriona. Después, no la volví a dirigir la palabra. Es más, ni siquiera fui capaz de mirarla a los ojos. Dudo que tomase más de tres martinis con limón, pero me agarré un pedo lamentable y acabé retando en duelo a un compañero de clase con una escoba en una mano y una fregona en la otra. Íbamos tan ciegos que no conseguimos hacernos ni un rasguño, pero todavía tengo pesadillas con el enorme boquete que dejamos en la pared del pasillo. Desde ese día vivo con la certeza de que en el mundo hay al menos una persona que me odia.
Ahí empezó mi peculiar relación con la Nochevieja. Han pasado 16 años desde entonces y no recuerdo haberme quedado nunca en casa. Pero si tuviera suficientes neuronas como para hacer una clasificación de las 100 mejores noches de mi vida, que no las tengo, ninguna Nochevieja aparecería en la lista. Llevo un rato haciendo memoria y sólo me vienen a la cabeza cuatro o cinco noches, todas, por cierto, bastante surrealistas. La más bizarra, quizá, fue una que me tocó pasar en León en compañía de una prima de mi primo mientras éste ponía copas tras la barra y el resto de los parroquianos se liaba a hostias.
¿Os imagináis a 20 tíos pegándose entre sí durante media hora en un garito de unos 60 metros cuadrados? Pues hacía tanto frío en la calle que ni aún así salimos del bar. Pero sobrevivimos. Por cierto, todo empezó con una discusión entre dos chicas. Nunca olvidaré la cara de orgullo con la que las dos damas contemplaban la pelea. Ahí estaban esos caballeros contemporáneos defendiendo el honor de sus amadas a hostia limpia. Desde entonces, nadie ha logrado quitarme de la cabeza que la mayoría de peleas nocturnas están directamente provocadas por las ganas que tienen algunas chicas de comprobar cómo de macarra puede llegar a ser el futuro padre de sus hijos.
Por supuesto que no todas las chicas son así. N, por ejemplo, no necesita un novio macarra. N es macarra por ella, por mí y por los hijos que aún no hemos tenido. Me di cuenta hace más de seis años. Sufrí un bajón de azúcar, algo que me ocurría cuando era joven, y caí redondo en un bar de copas razonablemente conocido de Madrid. Cuando abrí los ojos estaba en la calle viendo cómo N se desgañitaba llamando hijo de puta a un gorila de dos por dos que, según ella, me había sacado casi a hostias del garito. No tengo ninguna duda de que si llego a tardar un minuto más en despertar, aquel animal la habría mandado al hospital. Debo parecerme mucho más de lo que me gustaría a aquellas chicas de León, porque cuando conseguí que N se calmara le dije por primera vez que la quería. ¿Adivináis qué día pasó eso? Pues no, esas cosas no pasan en Nochevieja. Al menos no a mí.
Hace años que decidí que no hay mejor plan para el 31 de diciembre que una fiesta en casa. Sobre todo si es en la de otro. No es que sea mucho más divertido, pero sale bastante más barato y no hay que pelearse con nadie para tomarse una copa. Este año he tenido suerte. Mañana despediré 2009 entre la casa de uno de mis mejores amigos y la de un colega de N. Eso sí, con el freno de mano puesto que el 2 de enero abren los quiscos. En circunstancias normales me sentiría muy desgraciado por tener que trabajar el día de Año Nuevo. Pero con la que está cayendo, y sobre todo con la que está por caer, no es un mal presagio lo de empezar el año currando. A ver si cuando acabe 2010 tenemos trabajo todos. Feliz año.
Ahí empezó mi peculiar relación con la Nochevieja. Han pasado 16 años desde entonces y no recuerdo haberme quedado nunca en casa. Pero si tuviera suficientes neuronas como para hacer una clasificación de las 100 mejores noches de mi vida, que no las tengo, ninguna Nochevieja aparecería en la lista. Llevo un rato haciendo memoria y sólo me vienen a la cabeza cuatro o cinco noches, todas, por cierto, bastante surrealistas. La más bizarra, quizá, fue una que me tocó pasar en León en compañía de una prima de mi primo mientras éste ponía copas tras la barra y el resto de los parroquianos se liaba a hostias.
¿Os imagináis a 20 tíos pegándose entre sí durante media hora en un garito de unos 60 metros cuadrados? Pues hacía tanto frío en la calle que ni aún así salimos del bar. Pero sobrevivimos. Por cierto, todo empezó con una discusión entre dos chicas. Nunca olvidaré la cara de orgullo con la que las dos damas contemplaban la pelea. Ahí estaban esos caballeros contemporáneos defendiendo el honor de sus amadas a hostia limpia. Desde entonces, nadie ha logrado quitarme de la cabeza que la mayoría de peleas nocturnas están directamente provocadas por las ganas que tienen algunas chicas de comprobar cómo de macarra puede llegar a ser el futuro padre de sus hijos.
Por supuesto que no todas las chicas son así. N, por ejemplo, no necesita un novio macarra. N es macarra por ella, por mí y por los hijos que aún no hemos tenido. Me di cuenta hace más de seis años. Sufrí un bajón de azúcar, algo que me ocurría cuando era joven, y caí redondo en un bar de copas razonablemente conocido de Madrid. Cuando abrí los ojos estaba en la calle viendo cómo N se desgañitaba llamando hijo de puta a un gorila de dos por dos que, según ella, me había sacado casi a hostias del garito. No tengo ninguna duda de que si llego a tardar un minuto más en despertar, aquel animal la habría mandado al hospital. Debo parecerme mucho más de lo que me gustaría a aquellas chicas de León, porque cuando conseguí que N se calmara le dije por primera vez que la quería. ¿Adivináis qué día pasó eso? Pues no, esas cosas no pasan en Nochevieja. Al menos no a mí.
Hace años que decidí que no hay mejor plan para el 31 de diciembre que una fiesta en casa. Sobre todo si es en la de otro. No es que sea mucho más divertido, pero sale bastante más barato y no hay que pelearse con nadie para tomarse una copa. Este año he tenido suerte. Mañana despediré 2009 entre la casa de uno de mis mejores amigos y la de un colega de N. Eso sí, con el freno de mano puesto que el 2 de enero abren los quiscos. En circunstancias normales me sentiría muy desgraciado por tener que trabajar el día de Año Nuevo. Pero con la que está cayendo, y sobre todo con la que está por caer, no es un mal presagio lo de empezar el año currando. A ver si cuando acabe 2010 tenemos trabajo todos. Feliz año.
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