Tengo la costumbre de no fiarme nunca de lo que veo. Puedo cruzarme con un amigo íntimo por la calle y, si él no hace amago de saludarme, pensar que es un desconocido más y seguir caminando como si tal cosa. Quizá alguien pueda creer que es un síntoma de soberbia, pero tiene que ver con las cerca de siete dioptrías que acumula mi vaguísimo ojo izquierdo, que, a su vez, también tienen algo que ver con cierta inseguridad vital.
Por eso, cuando ayer eché un vistazo de reojo a la televisión y vi a Pep Guardiola con las manos sobre la cara y dando espasmódicas sacudidas, mientras Puyol levantaba trofeo del Mundial de Clubes, primero pensé que se estaba riendo; luego, que algún desconsolado hincha de Estudiantes le había arrojado un canto desde la grada. Empezaba a tomar cuerpo la sospecha de que se trataba de un gesto de cara a la galería de quien, además de un gran entrenador, también es un magnífico vendedor de sí mismo, cuando alguien exclamó: “Mirad, Guardiola está llorando”. Entonces me lo creí. Sí, estaba llorando.
Un rato después decidí romper la única promesa que me había hecho cuando empecé este blog: no escribir de nada que estuviera relacionado con el fútbol. Puede ser un buen propósito para el año que está a punto de entrar. No hagas hoy lo que puedas dejar para mañana es, sin duda, un lema que debo desterrar de mi vida. Pero será en otro momento.
No quiero hablar de esas lágrimas que tanto me costó creer, si no de algo que sucedió un poco antes. Quedaban diez minutos para el final del partido y el Barcelona perdía, otra vez, la final del Mundialito. Entonces Guardiola sacó del campo a Henry, el futbolista más veterano de la plantilla y posiblemente también el más endiosado, y metió a un chico del filial llamado Jeffren, al que buena parte de los culés todavía hoy no ponen cara. Con el fracaso acechando a la vuelta de la esquina, la mayoría de entrenadores, y esto valdría para cualquier director de cualquier grupo humano, habría apostado por dejar a la estrella. ¿Qué te van a echar en cara si caes con los mejores? Guardiola no lo hizo.
Cuando empezó a jugar le llamaban El Cerilla. Tenía planta de todo menos de deportista de élite. Por eso muchos no entendieron que Cruyff le diese en su día la batuta del Dream Team. Más sorprendió todavía cuando fue nombrado entrenador del Barça sin ninguna experiencia en Primera división. Su carrera ha estado en buena medida marcada por los riesgos que asumieron otros. Quizá por eso ahora lo está por los que asume él. Arriesgó cepillándose a Ronaldinho y a Etoo. Arriesgó con Busquets y Pedrito. Y arriesgó el sábado con Jeffren. Creo que las lágrimas de Pep delatan la tensión de un tipo que expone su credibilidad individual en cada paso que da. Existen muchas diferencias entre la cantera del Barcelona y la de los demás. Pero la primera de ellas es que el Barça tiene un entrenador capaz de jugarse su prestigio por un niño. Admiro a Guardiola por los éxitos que ha conseguido, sí, pero, sobre todo, le admiro por su valentía.
lunes, 21 de diciembre de 2009
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1 comentario:
Grande señor Guardiola, un tío que escenifica cada día una frase que un día escuché a Cesc Fabregas: "No tengo miedo a perder, pero tampoco a ganar".
Me ha gustado el post pq refeleja bien tu personalidad. Alguien que necesita establecer (casi) siempre un criterio propio sobre las cosas y las personas. Que ha recelado de las adoraciones colectivas a Guardiola como entrenador, por mucho que veneraras la primera versión del Pep jugador.
Y que sin embargo tiene la humildad y lucidez para contar lo que sucede pero poniendo el acento en 'ese algo' (explicando ese intangible como casi nadie) que hace a algunas personas especiales en su modo de comportarse en el trabajo y la vida.
Por cierto, eche usted un ojo al baúl de misteriosas y consigne alguna opinión. No me sea perro, que este juego precisa de alguna forma de reciprocidad ;-)
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