domingo, 24 de enero de 2010

El periodista con macuto y cantimplora

Llevo un rato buceando en Internet en busca de alguna información sobre una persona que se hace llamar Jacobo G. García y de la cual no tengo ninguna referencia. He desistido al comprobar que todas las entradas de Google conducían al mismo lugar. Un artículo titulado Periodistas, ¿o niños de papá? publicado ayer en El Mundo. Me lo temía.

Con el pretexto de informar sobre la decisión del ejército estadounidense de expulsar a los informadores del aeropuerto de Puerto Príncipe, este hombre arremete indiscriminadamente contra el comportamiento de los enviados especiales a Haití . Les acusa públicamente de delitos tan graves como llevar una maleta de ruedas, trabajar para una revista que informa sobre maquillajes y joyas o fumar. Todo, por supuesto, sin dar un solo nombre.

Podría escribir y no parar sobre el paupérrimo nivel de la retórica que gasta el compañero García, pero ése es un detalle sin importancia. Algo que, en todo caso, sólo atañe a él y al periódico que le paga. El contenido de su artículo, en cambio, afecta y mucho a quienes intentamos ganarnos la vida con el periodismo. El modo en el que los medios de comunicación están tratando el desastre de Haití deja muchísimos interrogantes abiertos, es cierto. Peronsalmente, me da bastante pudor comprobar cómo algunos periódicos han visto el cielo abierto con esta tragedia. Aunque sentí mucha más vergüenza leyendo el diario en el que trabaja García durante los días posteriores al accidente del vuelo de Spanair de hace año y medio. Algo que, por lo visto, no mereció línea alguna de la justiciera pluma de Jacobo. Como tampoco ha denunciado nunca el uso mafioso que tantos directores hacen de la información que manejan. O la multitud de intereses políticos y económicos que hay detrás de cada línea que se publica en la prensa española.

En mi opinión, la actualidad pedía un buen reportaje sobre cómo han estado trabajando los informadores en Haití. Un relato documentado, con voces de uno y otro lado, que permitiera al lector sacar su propia conclusión sobre si la expulsión era o no pertinente, cosa que personalmente no pongo en duda. Las miles de personas compraron El Mundo se encontraron con el patético soliloquio de un tipo que se cree mejor que los demás porque tiene un macuto y una cantimplora. Seguramente Jacobo piense que hay personas que no son dignas de desempeñar esta profesión. Y tiene razón. Pero el más indigno de todos es él.

Y ésta, según dicen algunos iluminados por ahí, es la autocrítica de la prensa. Pues apaga y vámonos.

2 comentarios:

Cajita de Cristal dijo...

Coincido totalmente contigo... el momento pide uno de esos textos amplios, neutrales, con el mayor número de voces.

Anónimo dijo...

Tienes más razón que un santo