lunes, 11 de enero de 2010

Tasca Chil

Cuando estas acostumbrado a trabajar casi todos los fines de semana del año, encontrarte, de pronto, con un sábado entero seguido de un domingo entero acaba convirtiéndose en algo enteramente estresante. Este último, por ejemplo, me ha dado tiempo a pintar una habitación de un color, arrepentirme y pintarla de nuevo; a cambiar la chaqueta que los Reyes me trajeron repetida, a cambiar los guantes que N me compró en marrón aunque en realidad le parecían más bonitos en color camel (es una extraña costumbre que me ha terminado contagiando: creo que el secreto es que uno se queda con la sensación de haber regalado dos veces), a poner a Dios por testigo de que no volveré al Peggy Sue y a descubrir que Chil también rima con... ¿Tasca? Vamos por partes.

Lo de pintar confirma que la tecnología es una tomadura de pelo. ¿De qué me sirve poder teñir el Pacífico de amarillo con Photoshop si cuando quiero cambiar el color de las paredes de mi casa tengo que hacerlo igual que en la Edad Media? Alguien dirá que el capitalismo ha creado a gente dispuesta a pintar hogares ajenos por un precio más que razonable. Pero N cree que pagar a alguien por hacer algo que ella misma puede hacer la convierte en peor persona. A ver qué dice mañana la asistenta, cuyo hermano pintor lleva meses en el paro.

Lo de El Ganso confirma que Madrid es un pueblo. Eso sí, me quito el sombrero. Han conseguido que unas zapatillas tan incómodas como caminar descalzo entre cristales arrasen por igual en el Vips de Ortega y Gasset y en Costa Polvoranca. Hace unos meses coincidí con un grupo de chavales. Estaban de pie delante del expositor con los ojos como platos. "¿Estás seguro que son éstas, tronco?" Le preguntaban dos de ellos al chico que les había hecho recorrerse medio Metro Sur para llegar a Fuencarral: "Pero si no molan nada, chaval...". "Ya, tronco, pero son éstas las que le molan a la Vane". Por supuesto que las zapatillas no eran para 'la Vane'.

Aunque, para mí, el gran mérito de El Ganso ha sido instalarse en los hogares de esas familias que acuden a las manifestaciones en favor de la familia. L@s hij@s se compran las zapatillas porque las llevan todos sus amig@s. Sus madres se las compran porque las encuentran monísimas y porque todavía no las lleva ninguna de sus amigas. Así que se ven modernísimas con unas zapatillas que encima son baratísimas. Días después vuelven con su marido para que se pruebe una de esas chaquetas monísimas. Un gran negocio. Si Abercrombie se forra vendiendo sudaderas de chándal, me parece fabuloso que estos tipos se hagan de oro.

Lo del Peggy Sue tampoco me parece mal. Cada vez que veo en alguna revista una sesión de fotos llevada a cabo en uno de sus locales me alegro. Al fin y al cabo con la decoración se han esmerado. Pero lo de las hamburguesas no cuela. Al menos no en el de Amaniel con San Vicente Ferrer.

Pero la experiencia del del fin de semana la viví en un sitio llamado Olé Lola, un lugar del que 48 horas después no termino de tener una opinión formada. Dejo el enlace porque creo que un vistazo a la web vale más que mil palabras. Y porque me había puesto un límite de cinco párrafos y ya me he pasado. Las críticas hablan de reinventar el concepto de taberna tradicional. Yo creo que la calle San Mateo no es un buen lugar para reinventar.

3 comentarios:

Cajita de Cristal dijo...

¡Joder! Tengo que ir a Olé Lola en algún momento... ¿y cómo quedó la habitación al final?

Gordie Lachance dijo...

¿La habitación? Mmmmmmmm Ven pronto a visitarnos y lo compruebas por ti misma.

Cajita de Cristal dijo...

Iré...